Esta es tal vez la última página de mi diario. Sí, querido. Me entristece sobremanera el hecho de no volver a verte, ni a ti (como un montón de papeles), ni a ti (como un montón de materia viva). Es tal vez esta obsesión que siento por ti en mi interior; es tal vez el que no me atreva a decirte esto: te amo. ¿Qué te amo? No. Sí. Podrías apostarlo, y ganar. ¿Que cómo llego a amarte?, si nuestra relación interpersonal es sólo de compañeros que se saludan a diario y no intercambian nada más que un “hola” y un “adiós”. Simple. Te observo. Cuando llegas al trabajo. Cuando paseas por los parques con ella. Cuando sonríes a la clientela para ganar más propina. Cuando me atrapas observándote cuando tú mismo observas a alguien más. Cuando te bajas en esa estación del metro para esperar otro, porque ése iba muy lleno. Cuando cierras el candado del local. Cuando pronuncias cada palabra por teléfono. Cuando te miras al espejo. Cuando la ves, y tus ojos se iluminan. Cuando tu pelo se mece con el viento. Y así, innumerables momentos de mi existir. Dedicados a tu ser. Pero para qué, si de todas formas esto no tiene cabida en la mente sana ni enferma de nadie, sólo en la mía, que se da vueltas en sí misma, auto alimentándose, como una serpiente comiéndose su cola; envenenada por su propio veneno, por sí misma, por mí mismo. Te amo de una forma inconmensurable, y, sencillamente, no puedo seguir soportando este delirio, esta anomalía de sucesos, esta patología. Desde hoy decido no volver a verte. Por mis medios, por lo que he decidido dejar de sentir.

Junio 21