Despierto. Pienso: ¿qué haré hoy? No debería preguntármelo, es de maricas. Siempre el Rubén me dijo que no me cuestionara por qué tengo que hacer lo que hago. ¿Es acaso tan malo? Tal vez lo es, pero quién soy yo para juzgar. Para el Rubén es algo innato, y claro, cuando naces con la necesidad no tienes nada más que hacer, o al menos eso es lo que piensa él. Me visto. Me mojo la cara. Dejo de pensar estupideces. No es algo personal, es sólo mi manera de ganarme la vida. De aquí no salgo, este es mi nicho, mi lugar en la sociedad, en la vida.
Tomo mis cosas, el cambio de ropa, y por si acaso, esta maldita cosa que me obligan a portar: la pistola.
El fraude de hoy sería algo sencillo, hago lo de siempre, muy concentrado en mi pega: correr tras mi socio, luego de que tenga el botín para cubrirle las espaldas. Luego, contar la palta, repartir. No siempre nos va bien, la gente no anda con mucha plata, pero a veces, los hacemos sacar del cajero, es más riesgoso pero nunca hemos fallado. El Rubén sabe cuando, y cuándo no.
Pero esta mañana no había sido igual a las demás, me sentía por algún extraño motivo libre. Sentía que tenía albedrío propio. ¿Es tan malo tratar de sobrevivir? El fin justifica los medios, decía mi tata.
Algo salió mal, tuve que (quise) disparar. Tal vez para salir de esto, para variar un poco, tal vez. ¿Cómo se sentiría ser libre? Tal vez ahora lo soy.