Qué imbecilidad. Solía pensar que la mayoría de las personas esperaban que me declarara la misma noche en la que debutaría en la orquesta. No podría tocar con calma, estoy seguro. Estabas en primera fila y no sabía cómo no temblar de miedo, cada nota era un susurro, cada nota eran miles de sueños que añoraban tener un dueño, miles de canciones revoloteaban en la sala, y tus ojos brillaban con intensidad. Fue un momento maravilloso. De frente, cara a cara con aquella silueta tocando desenfrenadamente. Sabía que le atraía, pero no había enfoque alguno en la penosa y esforzada sintonía del violín. Miraba al chico del piano, tan forzudo, demasiado grande como para entrar dentro de aquel smokin' negro. Mírame. Córrete.