Desde que me
levanté, supe que este día sería
especial. O eso pensé. Al igual que todos los días, te veía en el
preuniversitario,
habláramos bastante (siempre nos retaban), pero sólo reíamos. Tu sonrisa era la más encantadora que había conocido en mi vida, tus manos, sublimes. Yo en cambio, me sentía muy inferior a
ti. Sin embargo, ese día sería distinto, te lo diría, tú
dirías algo parecido (según lo que yo suponía), seríamos felices. Pero un pequeño giro del destino, o capricho del azar hizo que todo se me viniera abajo.
Hola!-dije-.
Hola, te presento a mi polola- respondiste-.
Corro. Lloro. Ahora sólo recuerdo (con impotencia) la mesa rayada del
preuniversitario, la que compartíamos.